El renacer del afluente que le dio agua a Bogotá

A tan solo cinco minutos del centro de Bogotá, lejos del ruido y la congestión capitalina, se encuentra una reserva natural recuperada; es el refugio de vestigios que se remontan a la fundación de la ciudad y de los pobladores indígenas que habitaron esa tierra hace siglos.

Se trata del territorio que rodea el río San Francisco, afluente llamado por los muiscas Vicachá, que significa resplandor de agua en la penumbra, el cual está en medio de los cerros de Monserrate y Guadalupe.

Es una extensa área que desde el 2013 comenzó a ser intervenida por el Acueducto y Alcantarillado de Bogotá (EAAB) para recuperarla con trabajos de recolección de basuras, siembra de flora nativa y la construcción de un sendero de 2.000 metros de extensión.

En este nuevo camino, los visitantes encontrarán la primera bocatoma que tuvo la ciudad –estructura hidráulica para emanar agua– la cual fue construida sobre el río San Francisco, el cual abasteció de agua en siglo XVI a un territorio que recién había sido bautizado como Bogotá.

“Esta es la historia de cómo empezó a abastecerse de agua de la ciudad”, dice Germán Galindo, gerente ambiental de la EAAB.

Durante los trabajos de intervención, se encontraron canaletas hechas con materiales de la época que conducían el cauce del agua a las principales fuentes de abastecimiento de la entonces pequeña ciudad.

Otro de los objetivos fue recuperar las quebradas que se desprenden del río San Francisco, como la quebrada Roosevelt. Esto se logró gracias al trabajo con la comunidad que vive en esta zona.

De hecho, algunos de los pobladores que llevan más de 40 años habitando la ronda de los cuerpos de agua, serán los futuros guías de los visitantes.

Funcionarios explican que en la época colonial este río y sus quebradas inundaban la zona así que la manera de abordarlos fue enterrándolos para evitar desastres. Hoy, con el cambio climático que genera escasez de agua y con la necesidad de generar conciencia, la EAAB ha planteado una nueva mirada para que a este recurso hídrico no se le dé la espalda y se proteja.

Aunque aún no se ha entregado por completo el sendero, este conectará a una plazoleta que funciona como aula ambiental y a tres miradores. Allí se ve el imponente paisaje que mezcla la zona urbana con la vegetal.

Entre los 1.100 árboles nativos que se encuentran, los visitantes verán especies como mano de oso, que alimenta a varias aves; arrayanes, que tienen frutos para el consumo humano; la fucsia boliviana, proveniente de los andes y el borrachero, árbol sagrado para los muiscas.

Ante la seguridad del sendero, se planea integrar a las personas que se aprovechan de los caminantes (las cuales provienen de algunas comunidades circundantes a la zona) a los procesos de capacitación que está haciendo la EAAB para aprovechar económicamente este punto turístico.

“Estas obras le están dando seguridad al sector y abren un espacio para que los ciudadanos que visitan los cerros orientales se apropien de él”, explica Galindo, de la EAAB.

Se espera entregar el sendero y el plan del recorrido a finales de año, pues la idea es que las visitas sean guiadas y reducidas para no generen fuertes impactos ambientales en la zona.

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