Cómo cumplir con sus propósitos en el 2015

Los malos hábitos son difíciles de erradicar. Le contamos qué debe tener en cuenta para lograrlo.

Llega el último mes del año, tiempo de cerrar ciclos, hacer balances y sopesar lo bueno y lo malo que acompañó cada día. Y también es hora de preguntarse si los propósitos trazados se cumplieron y si los malos hábitos fueron desplazados de una vez por todas.

Según los lectores online del diario español 20 Minutos, algunos de los propósitos más frecuentes para el año nuevo son ponerse en forma, aumentar los ahorros o abandonar cualquier vicio. ¿Este año dejó de fumar? ¿Bajó de peso? ¿Estableció una rutina de ejercicios? Es posible que muchos de los que se trazaron estos planes no los hayan cumplido y, en cambio, los hayan pospuesto. Si año tras año se plantea una transformación y nunca lo logra, vale la pena que se pregunte por qué.

“Los malos hábitos generan un beneficio negativo -explica Carolina Nieto, psicóloga especialista en logoterapia y análisis existencial-. Alguien que tiene como hábito comer mucho, siente una satisfacción inmediata con cada bocado y esto puede ser más fuerte que la razón de salud o estética que establezca para dejar el hábito”. Eso es: los hábitos son difíciles de cambiar porque ofrecen recompensas instantáneas.

A Marcia Gómez, de 35 años, este año le fue imposible bajar de peso. Empezó activa con su propósito de eliminar el sedentarismo, escribió la intención de ponerse en forma, pero el impulso le duró poco. “Entré a trabajar y me dio pereza -cuenta-. Siempre pensaba: ‘debo hacer ejercicio. Mañana empiezo’, pero nunca lo hice. Me ganaron las ganas de descansar. El otro año sí lo quiero hacer”. Para Marcia fue más fuerte y atractivo el placer de descansar y estar en distensión, que el de establecer una disciplina con una rutina de ejercicios.

Pero la buena noticia es que los hábitos son comportamientos aprendidos y se pueden desaprender. Así lo demuestra Natalia Rubio, comunicadora social de 29 años, que se propuso renunciar al cigarrillo el año pasado. Fumaba desde los 18 años un promedio de 5 cigarrillos diarios y en noches de fiesta hasta 20. Pero después de un cambio de conciencia lo dejó: “Mi esposo y yo quisimos hacer algo por nuestro bienestar y salud, y empezamos a nadar. Pero cuando yo entraba al agua, daba tres brazadas y me sentía agotada, que no podía más. Quería nadar, pero no lo lograba y por eso decidí dejar de fumar. Empecé a sentir que me hacía mal y ya no quise más cigarrillo. Ahora, llevo varios meses sin hacerlo y he notado varios cambios: no me huelen las manos, no tengo mal aliento y la piel cambia. No quiero volver”.

Si una persona se imagina la recompensa de cambiar un hábito a largo plazo y mantiene ese beneficio en su mente cuando se enfrente a la costumbre, tiene más probabilidades de tener buenos resultados en la transformación.

Renunciar a lo viejo

“Lo primero que la gente dice es que hay que querer cambiar. Pero lo cierto es que hay que identificar por qué tiene ese mal hábito y cuál es el placer que le produce, que puede ser emocional o físico”. Esta explicación de la psicóloga Carolina habla del primer paso: encontrar la razón por la que se adquirió en un principio.

Javier Álvarez se había propuesto ahorrar para sus próximas vacaciones pero no tuvo éxito. Ahora, cuando cuenta las razones por las que no lo logró, encuentra el origen del problema: “Cada vez que tenía plata me la gastaba. Claro, pensaba que me estaba gastando mis ahorros y sentía culpa, pero me decía ‘después la repongo’ y compraba cosas aunque no las necesitara. Todo me gustaba, me encanta estrenar”. El beneficio inmediato es el placer que le produce tener cosas nuevas.

Una vez identificada la razón del hábito hay una pregunta clave por responder: ¿Cuál sería la ganancia que tendría si superara ese mal hábito? Más que solo decir: “Quiero dejar de despilfarrar porque es bueno para mí”, es importante pensar para qué quiere abandonar el hábito: ¿para ahorrar y finalmente comprar o invertir en algo que realmente necesita?, ¿para darse gusto a final de año con las vacaciones que quiere? “Esa razón debe ser más fuerte que el placer que produce el hábito”, explica la psicóloga.

Pero más importante que las razones, es la acción. Si una persona se propone un cambio, debe ejecutarlo sin excusas (nada de “mañana empiezo dieta” o “la otra semana busco el gimnasio”) e involucrarse en un ambiente que le permita hacerlo. Un estudio publicado en Personality and Social Psychology Bulletin de noviembre del año pasado demostró que los hábitos son poderosos, y cuando una persona está en un ambiente que lo soporte termina ejecutándolos casi sin pensarlo. La investigación concluyó que si una persona está interesada en cambiar una conducta, necesita tomar conciencia de su entorno para evitar repetirla.

Además del ambiente, decir que está en el proceso genera un compromiso tácito. Esta estrategia la usó Natalia Rubio cuando dejó de fumar: “En mi trabajo, mis compañeros son fumadores, pero les dije que tenía la firme intención de dejarlo y no me afectó para nada. En cambio, me sirvió porque no me ofrecían cigarrillos”.

¿Después de cuánto tiempo puede una persona decir que superó un mal hábito? Una idea la da el norteamericano Steve Pavlina, un orador motivacional que popularizó la idea de 30 días de prueba (30 day trial), avalada por psicólogos. Esta idea asegura que si una persona realiza una acción durante 30 días, lo más probable es que logre establecerla como hábito. Y esto aplica para el reemplazo de una mala conducta por otra.

Por último, Carolina Nieto recomienda hacer un diario emocional: “Es muy importante porque todos los hábitos generan un impacto emocional y generalmente no nos paramos a reflexionar sobre esto. Pero si diariamente vemos qué sentimientos tuvimos en el día, podremos determinar qué nos produce ese mal hábito hasta que podamos reemplazarlo por otra acción más positiva”.

Nadie puede estar seguro de que un hábito no regresará, pero si se prioriza el beneficio a largo plazo, aunque genere un esfuerzo y tome tiempo lograrlo, superarlo será más fácil.