Solo el 7 % de los humedales del país están protegidos
En Colombia hay más de 48.000. La ganadería es la actividad que más los afecta.
El territorio colombiano es un 26 por ciento humedal; sin embargo, solo un 7,2 por ciento de estos ecosistemas tienen alguna medida de protección. Las críticas cifras revelan lo que por varias décadas el país no ha reconocido: es un territorio anfibio que se inunda con frecuencia y debe adaptarse a los pulsos de los ríos, páramos y lagunas.
Esta es la principal conclusión del más reciente mapa de identificación e inventario de humedales que construyó el Instituto Humboldt y que hoy se difunde con motivo del Día Mundial de los Humedales.
En total, el país tiene 48.437 humedales registrados. La mayoría de ellos se concentran en el Orinoco, que cuenta con más de 14 millones de hectáreas de este tipo de ecosistema. De hecho, solo el departamento de Casanare alberga el 14 por ciento del total nacional.
Las zonas hidrográficas que presentaron mayores registros son el Meta, el bajo Magdalena, Casanare, el alto Magdalena, el Sinú y el sistema Tapaje-Dagua, que suman el 50 por ciento de los humedales.
No obstante, solo un 7,2 por ciento de estos ecosistemas tienen alguna figura de protección y, por ejemplo, en las áreas montañosas, la Orinoquia y la cuenca del Magdalena-Cauca, los humedales no pertenecen a ninguna categoría de área protegida.
Primera cartografía
Es la primera vez que el país tiene conocimiento de sus humedales, ecosistemas que de manera permanente o temporal albergan agua, y que pueden ser desde las tradicionales lagunas de la alta montaña hasta los manglares del Pacífico, pasando por los bosques inundables del Amazonas o las sabanas del Vichada.
Las instituciones públicas trabajaban con valores absolutamente dispares. Los cálculos suponían que los humedales iban de 2 a 26 millones de hectáreas.
Lo que se hizo en este nuevo estudio es compilar capas de información sobre los suelos, las áreas que se inundaban, las zonas hidrográficas y la geología. Incluso, tuvo la participación de la Agencia Aeroespacial Japonesa.
“Entendíamos al país solo cuando estaba seco. Teníamos solo imágenes de épocas de verano para evitar las nubes, pero con la nueva tecnología se pudo conocer cómo se comportan los ríos y sus planicies”, apunta Úrsula Jaramillo, coordinadora del estudio.
Esta identificación podrá servir de guía para los planes de gestión de emergencias, así como para que los sectores económicos planeen dónde pueden realizar sus actividades. De acuerdo con Jaramillo, cerca de 17,8 millones de hectáreas, de las 30 en total con que cuenta el país, pueden oscilar entre periodos de sequía e inundación. “Estas áreas potenciales necesitan mayor manejo, porque ahí es donde más se ha invadido”, explica.
Está en peligro
Aunque en 1997 Colombia ratificó la Convención Ramsar para la conservación y uso de estos importantes ecosistemas, de acuerdo con la Evaluación de Ecosistemas del Milenio (MEA), la degradación y desaparición de estos es más rápida que la experimentada por otros ecosistemas.
En el 2011, tras el desastre que causaron las inundaciones del fenómeno de La Niña, que le costaron al país cerca de 11,2 billones de pesos, se evidenció la crisis en la que estaban las planicies inundables de los ríos, precisamente porque se han utilizado mal. “Hay que cuidar más el área que se inunda, realmente se necesita todo el sistema de planicies para que funcione”, detalla Jaramillo.
El Humboldt adelanta una investigación para determinar los motores que están transformando a los humedales. Según resultados preliminares, que se basaron en el análisis de coberturas del Ideam, el 24 por ciento de las coberturas de humedal son usadas por diferentes actividades humanas.
La ganadería es la principal actividad, con más de 4 millones de hectáreas, seguida por la agricultura y la deforestación, que suman cada una más de un millón de hectáreas.
Thomas Walschburger, coordinador de Ciencias de la organización The Nature Conservancy, explica que estos ecosistemas sufren muchas presiones porque su utilización no es controlada, sino que cada sector económico busca explotarlos sin respetar su equilibrio.
Conservarlos va más allá de declaratorias de áreas de reserva
El nuevo plan de desarrollo 2014-2018, más que fijar una meta para limitar los humedales, señaló que se debe adoptar la cartografía que determine el Ministerio de Ambiente para que se puedan “restringir parcial o totalmente el desarrollo de actividades agropecuarias de alto impacto, de explotación y exploración minera y de hidrocarburos” en los humedales.
Al ser ecosistemas tan dinámicos, las autoridades ambientales se enfrentan a un reto mayor, porque no se trata solo de fijar límites. Es decir, no se trata simplemente de declararlos áreas de conservación, sino de lograr su uso sostenible.
Por ejemplo, en la Orinoquia, donde, con la nueva ley de Zidres, los desarrollos agroindustriales podrían poner en peligro áreas de sabana que en su mayoría operan como planicies inundables.
El Humboldt recomienda una gestión que no los trata individualmente, sino como un complejo de humedales.
Crisis del Magdalena se agudiza por estado de planicies inundables
La crisis ecológica del río Magdalena, que se evidencia actualmente con la fuerte sequía y lo que también se vivió en el 2011 con la emergencia por las lluvias de La Niña, tiene su raíz en el abuso de las planicies inundables que están a lado y lado del afluente.
De acuerdo con una investigación de The Nature Conservancy (TNC), las planicies inundables de la cuenca Magdalena-Cauca ocupan una extensión 2’621.400 de hectáreas, que corresponden al 9,7 por ciento del total del área de la cuenca y abarcan 293 municipios y cerca de 17 departamentos.
Estos humedales son zonas de amortiguamiento de inundaciones; se consideran áreas de refugio transitorio o permanente de aves migratorias y también son zonas de reproducción, alimentación y crecimiento de diversas especies de peces y fauna acuática en general, de las que viven las comunidades ribereñas.
La ganadería extensiva –es decir, menos de dos reses por hectárea– en algunos municipios de la cuenca media y alta, la contaminación por minería ilegal –que lleva a sus aguas el letal mercurio–, los vertimientos de residuos de las poblaciones aledañas, la deforestación por las actividades agropecuarias y la expansión de las áreas urbanas sobre los suelos húmedos han cortado la autorregulación del río, hecho que lo hace más vulnerable ante los extremos fenómenos climáticos.
El ejemplo más claro de estos cambios abruptos es la construcción de jarillones, por algunos terratenientes, para ampliar sus potreros, lo que desecó enormes ambientes acuáticos. Cuando llegaron las lluvias de La Niña, el río ya no tenía sus humedales y se desbordó con tanta fuerza que dejó a más de 3 millones de personas damnificadas.
“La mayoría de estos diques se construyen sin cumplir las especificaciones técnico-ambientales que permitan el flujo de agua entre ríos y ciénagas a lo largo del año, lo que genera afectaciones a los pobladores fuera del dique y aguas abajo”, detalló TNC en una investigación, próxima a publicarse, sobre las planicies inundables del Magdalena.
Además de las problemáticas que ya tiene el afluente, Juan Carlos Gutiérrez, subdirector de la Fundación Alma, resaltó que el macroproyecto de navegabilidad del río, de la empresa Navelena, “busca garantizar un canal navegable para beneficio económico privado, que desconoce inexplicablemente la ecología de la planicie inundable, e ignorando las necesidades sociales y económicas del territorio”.
Ante el agravado deterioro, EL TIEMPO Verde, The Nature Conservancy, Fundación Humedales y Fundación Alma se unen en un llamado de emergencia para que tanto el Gobierno como la sociedad colombiana les hagan frente a las problemáticas ambientales que por décadas han aquejado al río Grande.
En redes sociales se compilan ideas y preocupaciones sobre el río con el ‘hashtag’ #SOSMagdalena.
eltiempo.com